La historia del patrimonio artístico destruido con las Torres Gemelas
Caminar por la plaza Austin J. Tobin en los años setenta u ochenta era descubrir que, entre trajes grises y prisas del bajo Manhattan, se desplegaba también un museo al aire libre. Minoru Yamasaki, arquitecto del complejo, lo sabía: aquellas torres infinitas necesitaban algo más que acero y vidrio. Por eso concibió una plaza pública de cinco acres con jardines, fuente central y esculturas monumentales: un escenario para el arte que humanizara la escala de las Torres Gemelas.
En 1969, la Autoridad Portuaria de Nueva York/Nueva Jersey instauró un programa Percent for Art que destinaba el 1% del presupuesto de construcción a adquirir obras para el complejo. Gracias a esa iniciativa, entre principios de los setenta y mediados de los noventa se instalaron siete piezas públicas únicas, encargadas especialmente para engalanar el World Trade Center.

En el centro de la plaza se erigía La Esfera (The Sphere, 1971) de Fritz Koenig, una esfera de bronce de 7,6 metros que simbolizaba la paz mundial a través del comercio. Frente a la Torre Sur se alzaba Ideogram (1969) de James Rosati, una escultura abstracta de acero inoxidable de casi 8 metros que incluso apareció de fondo en catálogos de moda. También estaba Hélice doblada (Bent Propeller, 1970) de Alexander Calder, un stabile rojo de siete metros con forma de hélice retorcida. En el lobby de la Torre 2 colgaba el Gran Tapiz del World Trade Center (1974), diseñado por Joan Miró y tejido por Josep Royo. La Torre 1, por su parte, albergaba Sky Gate, New York (1978), un gran relieve mural de madera negra de Louise Nevelson. Y en los años noventa se sumó una fuente escultórica de Elyn Zimmerman (1993), concebida como memorial a las víctimas del atentado de 1993.
A estas piezas monumentales se sumaban unas 100 obras adicionales distribuidas en los interiores: pinturas, murales, tapices y esculturas que adornaban pasillos, miradores y oficinas. En el restaurante Windows on the World del piso 107 colgaban obras gráficas destacadas; en áreas comunes, tapices y murales como Estanque de recogimiento de Romare Bearden o Fan Dancing with the Birds de Hunt Slonem. Incluso la estación del PATH contaba con un mural de Cynthia Mailman, destruido en 1993. Y desde 1997, el Lower Manhattan Cultural Council ofrecía residencias artísticas en las plantas altas: hasta quince artistas trabajaban en los pisos 91 y 92 de la Torre Norte, inspirados por las vistas aéreas de la ciudad. En suma, a inicios de septiembre de 2001 el World Trade Center era, como lo definió la prensa, “un museo en las alturas”.
Pérdidas artísticas del 11-S

Gran Tapiz del WTC (Joan Miró & Josep Royo, textil): reducido a cenizas y fragmentos; no fue posible rescatarlo.
El 11 de septiembre de 2001, la caída de las torres no solo borró un horizonte: arrasó con casi 3.000 vidas y con un patrimonio artístico valorado en más de 110 millones de dólares. “El peor siniestro en la historia del arte”, lo llamó un portavoz de la aseguradora AXA Art.
Las siete esculturas monumentales de la plaza resultaron destruidas o dañadas: Ideogram de Rosati desapareció bajo los escombros; el tapiz de Miró y Sky Gate de Nevelson se redujeron a cenizas; la fuente de Zimmerman quedó destrozada; la escultura de Calder apenas dejó fragmentos irreparables; la Cloud Fortress de Masayuki Nagare debió demolerse tras resistir parcialmente; y solo La Esfera de Koenig pudo ser rescatada, abollada pero intacta en su estructura.

Fortaleza de la Nube (Cloud Fortress, Masayuki Nagare, granito negro): sobrevivió al derrumbe inicial con daños graves, pero debió ser demolida en los días posteriores durante las labores de rescate.
El daño no se limitó al arte público. Cantor Fitzgerald, que sufrió la mayor pérdida de vidas entre todas las compañías del WTC, también vio desaparecer su galería privada de casi 300 esculturas y dibujos de Rodin, aunque milagrosamente algunas piezas fueron halladas entre los restos. Citigroup perdió 1.113 obras en su sede del 7 World Trade Center, incluida una pintura mural del siglo XIX. Fred Alger Management perdió una valiosa colección de fotografía contemporánea con obras de Cindy Sherman e Hiroshi Sugimoto. El Marriott Hotel, Nomura Securities y Bank of America, entre muchas otras, también vieron desaparecer colecciones enteras.
Se destruyeron además archivos históricos insustituibles: 40.000 negativos de Jacques Lowe sobre la presidencia de John F. Kennedy, 35.000 fotografías de producciones de Broadway, documentos de Helen Keller y restos arqueológicos coloniales almacenados en los sótanos del WTC. La pérdida cultural fue, en todos los sentidos, inabarcable.
Arte rescatado y legado

Entre los restos retorcidos, sin embargo, emergieron símbolos de resistencia. Double Check, la figura de bronce de un oficinista sentado con su maletín, permaneció en pie, cubierto de polvo, convertido en emblema de la vida cotidiana interrumpida. Su imagen, captada por Susan Meiselas, dio la vuelta al mundo y hoy vuelve a ocupar una esquina de Liberty y Broadway, cicatrizado pero erguido.
La Esfera de Koenig, por su parte, fue recuperada con abolladuras y un gran boquete, pero todavía reconocible. Trasladada primero a Battery Park en 2002, donde acompañó ceremonias de conmemoración durante más de una década, fue reinstalada en 2017 en Liberty Park, junto al nuevo complejo. Allí descansa hoy al aire libre, marcada por las huellas del ataque, como recordatorio físico de la historia. “Un símbolo de fuerza, supervivencia y resiliencia”, la definió entonces el alcalde Bloomberg.
El Museo Memorial del 11-S conserva fragmentos de obras destruidas y exhibe documentación y bocetos que mantienen viva la memoria de aquel acervo desaparecido. Y aunque el nuevo World Trade Center ha incorporado nuevas comisiones de arte contemporáneo, ninguna pieza podrá ocupar el lugar emocional de las que se perdieron el 11 de septiembre.
Double Check y La Esfera, con sus cicatrices visibles, son los vínculos más tangibles entre el antes y el después: recuerdos sobrevivientes de un pasado truncado, incorporados al paisaje del presente. Su presencia nos recuerda que el arte no solo adorna la ciudad, sino que guarda su memoria y nos enseña a sobrevivir incluso frente al horror.

La Esfera (The Sphere, Fritz Koenig, bronce): resultó abollada por la caída de escombros, pero permaneció estructuralmente intacta. Fue desenterrada, restaurada en sus mecanismos internos y hoy se exhibe de nuevo como monumento memorial de la tragedia. Photo by Henry Ballate/Art-Sôlido
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