Flor de tránsito

El mosaico con las flores en la parada 28, línea 6, vía Downtown.

Seis estaciones hasta llegar a casa.

Mi mirada se solapa entre los pétalos de los narcisos sólidos.
La nostalgia se arropa con un edredón blanco y me ofrece café, mientras escudriño un cielo que prefiere escupirme antes que llover sobre mí.

¿Quién soy sin el sufrimiento?
¿Y la recompensa que sigue después de tocarme?
¿Quién queda cuando me quitan la excusa para seguir sangrando?

Nunca me creí merecedor de una victoria fácil. Todo lo que tengo vino después de una lucha, una revolución diminuta. Nada llegó sin antes desangrarme en mi colina.

Lucho contra mí mismo, la eterna, necesaria, maldita batalla contra el yo.
Protejo un castillo en ruinas para ver, de vez en cuando, a la mujer de blanco descender envuelta en trapos de seda.
A veces, esa vieja excusa, el sufrimiento como puente hacia la gratificación, me arropa cual bandera.
Desciende ondeando entre gritos, se sacude de lado a lado como una serpiente, y termina bailándome en el regazo, sus muslos sobre los míos.

Los “yo” del pasado celebran otra campaña ganada contra mí.
Me convenzo de que antes estaba mejor, olvidando que yo mismo deseaba este presente.
Y justo entonces me llega el latigazo de la memoria, arrancándome de los brazos de la nostalgia.
Maldita nostalgia.

Caigo. Me lanzo sobre mí mismo. Me deshago como papel.
Giro en espiral hasta que el suelo me recibe como una cuna.
Suele ser áspero, pero aquí huele a jazmín. Y la calle, por alguna razón, no me sofoca.

¿Quién soy sin las ganas de sufrir?

La puñalada de la memoria se clava más hondo con el peso mudo del tiempo.
Cada corte arranca de mí la fruta tibia de la satisfacción.
Los años, y esta cabeza dura, caen en el mismo juego de siempre.

El disparo seco que anuncia el cierre de puertas en la estación 28 me arranca de los pistilos del narciso en la pared,
que, como yo, destruido por las incesantes puñaladas de los años, sigue en pie.
Vislumbra, todavía, los colores que le quedan.

Seis estaciones más hasta llegar a casa.


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