¿La sabrán defender todavía?

Roxana M. Bermejo.

“Después, no sé, fue grande mi tortura,
La vida se ensañó impía y artera…
Decían con desdén que mi bandera,
en mano extraña equivocó el camino,
Y yo, que me burlaba del destino,
No tuve a bien creer de esa manera.”

Alberto B. Martínez del Risco.

Durante la década de los setenta, George Dickie, un filósofo estadounidense, presentó al mundo su Teoría Institucional del Arte, mediante la cual, pretendía recalcar el valor ontológico de la producción artística por encima de su valor epistemológico. Esto, en palabras lisas significa: una teoría capaz de explicar por qué algo es arte. La T.I ha sido llevada y traída desde aquel entonces, apaleada y vitoreada en igual medida. Sin embargo, a mí en lo personal -y quien me conoce puede dar fe de ello- esta teoría ha sido la única que me ha hecho aterrizar conceptos que de otra manera me quedan disueltos en terrenos de nadie.

Ahora bien, pasemos a lo que plantea la Teoría Institucional de Dickie: “una obra de arte en sentido clasificatorio es: un artefacto, cuyos aspectos logran que personas que actúan de parte de una cierta institución social (el Mundo del Arte) le hayan conferido el estatuto de ser candidato para la apreciación.”1 Es decir, una obra de arte será aquel artefacto presentado por un artista ante un público legitimado dentro del Mundo del Arte. Importante este punto: el público no es cualquiera, el público es un público conocedor. Una vez que esto pasa, la obra podrá ser considerada mala o buena, pero será arte incuestionablemente. Arte, porque un artista puso su firma y porque la red de curadores, creadores, críticos y demás profesionales de la esfera así lo avalan. Hasta aquí todo parece ligero, supongo. Pero a donde es mi intención llegar es a la obra de Luis Manuel Otero Alcántara. Específicamente a La Bandera somos todos, un performance que realizara el artista durante el año 2019, en el cual Otero se paseaba por los espacios públicos con la bandera cubana a cuestas, y por el cual hoy se le acusa, bajo los rótulos de “ultraje” y “daños”. Ante este entramado, recurro al amigo Dickie para tratar de explicar, esbozar, justificar por qué la obra de Luis es arte. Bien, he ahí un artefacto: la bandera (que como ya se ha dicho y redicho no es Cuba ni menos la “Revolución”); y he ahí un público entendido que lo acredita como tal: 3000 firmas de intelectuales cubanos, que ocupan esferas tan disímiles como la música, la literatura, y las artes visuales. Piensen en esto, que nace de su propio juego: cuestionar el criterio de 3000 voces, la gran mayoría formadas dentro de la propia academia cubana, es cuestionar no solo la obra de Luis Manuel, sino también, queridos señores ofendidos, a nuestro propio sistema de educación.

La calle es el escenario para la obra de Alcántara. Y la escogencia de este espacio no puede ser más acertada. La Postmodernidad, como bien todos sabemos, dinamita galería y museo como espacios rectores de la producción artística. Es así como los sitios menos pensados se abren al discurso plástico, y cuando digo los menos pensados me refiero a ir desde lugares sacros, iglesias, por ejemplo… hasta otros todavía más sacros, como el cuerpo del propio artista. ¿No se dan cuenta aún que están participando de un performance?

Hay que aprender a leer, es importante. Hay que leer un poco. Hay que revisar la historia para que no se nos pase gato por liebre. Para no tener que aguantar ahora el discurso aprendido de quien nos dice que Antonia Eiriz es uno de los grandes nombres de la plástica cubana. Para no tenerlo que aguantar, y no porque Ñica no figure en la cima de nuestros creadores, como en efecto y merecidamente lo hace, sino porque al parecer se olvida que Antonia murió en Miami, exiliada. Y a buen decir de Rufo Caballero: “La vejaron con saña, como solo saben vejar los sepultureros: olímpicamente”2. Y no a ella sola, sino a muchos, a cientos, a miles, pasados por el manto de un quinquenio gris que nunca fue quinquenio. Digo más, está muy bien rectificar errores, lo que no está bien es robarle la vida a las personas mientras se comenten los mismos fraudes una y otra vez. No está bien que en veinte años, en la clase de Historia del Arte se presente a un Luis Manuel que fue capaz de ir preso por poner su obra al auxilio de los derechos cívicos cubanos. No está bien porque nosotros, los de entonces, que no seremos los mismos, nos acordaremos de Ángel Delgado, encarcelado por defecar sobre un periódico. Porque –¿quién lo duda, amigos?- un periódico también es la Patria. A las espaldas de esto, Ángel Delgado debe ser el artista más influyente de las últimas décadas… ¿o alguien se va a atrever a negarme que toda Cuba se ha limpiado el culo con papel periódico?

Pero me alejo. Cuando les decía que hay que leer un poco, también pensaba en la teoría de la recepción literaria de Terry Eagleton, donde se plantea que la única manera de completar un texto, sea de la naturaleza que sea, es leyéndolo. Es un error pensar que la obra de arte solo pertenece al artista, que es este el único referente para su aprehensión y en última instancia, su único responsable. Nada más alejado de la realidad. Una obra tendrá tantas interpretaciones como lecturas sobre ella existan, y mientras más lecturas gane, más polisémica será y más rico su grado de artisticidad.

Pues sí, queridos, ya sé en lo que están pensando: la obra de Luis está creciendo y volviéndose cada día más compleja, más escuchada, más vista, más lúcida. La bandera somos todos pone sobre la mesa la incapacidad de dialogar, de leer, de responder intelectualmente de unos pocos. Al final, ellos, aquellos, que sí son los mismos, son quienes completan y hacen valer la obra de este artista. Su encarcelamiento representa el broche de oro, la caída del telón en esta farsa, la traducción precisa de la palabra “miedo” desde alguna lengua muerta.

1 George Dickie, “Defining Art”, en American Philosophical Quarterly 6 (1969), p. 252.

2 Rufo Caballero. Antonia Eiriz. Primer homenaje póstumo. Galería La Acacia, Fondo Cubano de Bienes Culturales, 1995.

Roxana M. Bermejo, La Habana, Cuba. Historiadora y crítico de arte. Licenciada en Historia del Arte por la Facultad de Artes y Letras de La Universidad de La Habana. En el presente se desempeña como Editora de revista académica de perfil independiente Art-Sôlido. Merecedora por su libro ‘‘Bitácora del sujeto ausente’’, del Primer Premio Novel Internacional de Poesía Universitaria “Cátedra Miguel Hernández” de la Universidad Miguel Hernández de Elche, Alicante (España, 2016). Participante en diversos eventos nacionales e internacionales, relacionados con la cultura caribeña y latinoamericana. Textos suyos de perfil investigativo han sido publicados en espacios como la revista y el Tabloide Artecubano, AMANO: Oficio & Diseño, FullFrame, Art OnCuba, y el portal digital cinematográfico Cuba Now.

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